Aquí os dejamos unas orientaciones a tener en cuenta si nos queremos ganar a los niños. Se corresponden con el boletín de la Escuela de Padres nº3
Las palabras dicen cosas
A veces las palabras nos salen sin querer. Pero las palabras dicen cosas.
A veces, la palabra es alentadora y consuela. Otras veces es dura y cruel.
Los niños creen en la palabra. Lo que les decimos los ayuda a pensar, a ver, a creer, a hacerse una imagen de sí mismos. Los niños se convierten en aquello en lo que creen; en aquello en lo que les decimos que son.
No digas:... “Eres malo” Esto es destructivo, muchas veces el niño se portará mal si nosotros creemos que así lo hará.
Dí:.... “ Esto que has hecho, no está bien” De esta forma nos referiremos al comportamiento del niño, no a su forma de ser. Dí “Que niño / a tan bueno” Si nosotros alabamos su comportamiento cuando el niño se porta bien, el niño por lo general responderá positivamente a nuestras expectativas.
No digas: “¡Nunca puedo confiar en ti, nunca!” Si tu hijo sabe que piensas así, no se esforzará por hacer las cosas bien.
Dí “ Me gustaría que me ayudaras. La mayoría de las veces lo haces muy bien” Esto le resultará estimulante, y motivará al niño / a para hacer las cosas lo mejor que sabe.
No digas: “¡Cállate!” Una voz alta y desagradable sólo sirve para aumentar la tensión. El niño se acostumbra a los gritos y los enfados ya no significan nada para él.
Dí “Tranquilo, José” ”más bajo, María” “¿Crees que no te oigo?” A menudo cuando el niño necesita que se le corrija, es importante que nos vean serenos y controlando la situación.
No digas “¿No te da vergüenza?” El sentimiento de culpabilidad no es bueno.
Dí “Estoy disgustada. Espero que te portes bien. Si vuelve a suceder esto tendré que castigarte” Habla tranquila y sosegadamente aunque le estés regañando.
No digas “¡Escúchame! He dicho: ¡Pórtate bien!, y no lo digo en broma. Se lo diré a tu padre cuando venga” Los padres deben ejercer la autoridad ambos por igual. Y no deben hacer uno de bueno y otro de malo.Dí “¿Puedes controlarte?. ¿Estás ayudando?” Habla al niño con calma tranquilizándole, proponiéndole una actividad alternativa en la que pueda entretenerse, ayudarnos, colaborar, etc. No digas “No te quiero cuando te portas mal” El niño necesita sentirse querido, aunque tú no apruebes su comportamiento.
Dí “Te quiero, pero no me gusta lo que has hecho” Sé amable, pero firme al decirlo.
No digas “Te lo he repetido una y otra vez y todavía no lo sabes” Esto hace que el niño piense que no es capaz de aprender.
Dí “Esto no es fácil de aprender. Volveremos a estudiarlo en otra ocasión. Yo te ayudaré” Se necesita paciencia. El aprendizaje puede ser lento. Necesita mucha repetición.
No digas “¡Te voy a matar, es la tercera vez que te digo que te estés quieta” Una amenaza que no se cumple no es la solución.
Dí “Lo siento, no puedes hacer eso porque ...” Ordénale la primera vez. Enérgica, pero amablemente, explícale el porqué no puede hacer aquello que quería hacer. Después, si ha desobedecido castígalo de forma coherente y firme y de acuerdo con la falta cometida.
No digas “¿Cómo es posible que no puedas aprender? ¡El rojo es el único color que reconoces!” Frases de este tipo destruyen la autoestima del niño y favorecen los sentimientos de inferioridad.
Dí “Me alegro de que hayas aprendido a reconocer el rojo. ¡Qué inteligente eres!” Al niño le agrada recibir un elogio merecido, fomentando sus ganas de aprender y favoreciendo los sentimientos de éxito.
No digas “¡Lo digo en serio!. ¡Reparte los caramelos con María!” Obligar al niño a hacer algo sin explicar el porqué, sólo crea enfado y rebeldía.
Di “A María también le gustan los caramelos. ¿Por qué no le das alguno?” Habla como si tuvieras la certeza de que el niño lo va a hacer sin que lo obliguen. Observa si esto funciona. Sino es así, realiza tu la conducta para que el niño la imite.
No digas “¿Me estás prestando atención? ¡He dicho que me escuches!” Si usamos un tono de voz alto y amenazante, los niños prestarán oídos sordos. No nos atenderán y no les importará lo que decimos.
Dí “Mira, quiero que ...” Ignora su falta de atención. Acércate y dile lo que quieres que haga.
No digas “¡Eres un llorón!. Sabes bien que no te has hecho daño” ¡Claro que puede habérselo hecho! ¿Por qué no creerle?
Dí “Ven, cariño” o “Ya verás cómo se te pasa pronto” Por lo general, el niño dejará de llorar enseguida si no se ha hecho mucho daño.
No digas “¡Mira la que has formado!. ¡Te he dicho que lo recogieras” ¡Desde luego que lo recogerá pero de mala gana.
Dí “Los juguetes están en el suelo. Recógelos. Ven, voy a ayudarte.” “¡Lo haremos entre los dos!” Esta actitud es mejor. El niño actuará con agrado. Las actitudes son importantes.
No digas “¡No creo que puedas hacerlo. Eres demasiado torpe!” Esto destruye en el niño el deseo de intentar hacer cosas nuevas, minando su autoestima.
Dí “¡Haz un gran esfuerzo. Creo que puedes hacerlo!” Si ellos “creen que pueden” por lo general, lo logran, si es algo razonable y adaptado a su capacidad.
No digas “¡Lávate esa cara!, ¡Arréglate esa falda!, ¡Deja de chuparte el dedo!” Las regañinas continuas destruyen las buenas intenciones del niño.
Dí “¡Qué bien vas a estar cuando te hayas lavado!” El niño necesita incentivo, elogio, para desear hacer algo que tú le mandes.
No digas “Estoy harta de ti” Claro que lo estás, pero regañarlo no es la solución.
Dí “¡Sabes que te lo has merecido!“ Cuando has perdido la paciencia, las regañinas continuas empeoran la situación. Si la falta merece un castigo, llévalo a la práctica en forma amable, pero firme.
Querer a un niño no significa malcriarlo.
Un “NO, eso no se hace”, dicho con delicadeza, le da seguridad al niño.
Los niños saben que son queridos por la manera en que les hablamos,
los miramos y los tratarnos.
La actitud que tenga una persona hacia los demás dependerá, en gran medida, del trato y cariño que recibió durante los primeros años de su vida.
Definitivamente, los niños aprenden con más facilidad cuando son queridos por sus padres y sus profesores.
Texto sacado del libro: Los Padres también educan
Editorial: Ediciones temas de hoy