Los hábitos son comportamientos aprendidos, que acaban realizándose casi automaticamente, pautas estables de responder intelectual o conductualmente. Son grandes herramientas psicológicas, fundamentales para la educación.
Hay quien piensa que los hábitos son rutinas que limitan nuestra creatividad, pero se equivocan. Crear es un hábito. Y lo son también la libertad, el optimismo, la seguridad, la alegría, y también el pesimismo, el miedo, la agresividad. Hay, pues, hábitos liberadores y hábitos esclavizadores. Los liberadores crean y los esclavizadores destruyen. El lenguaje es un ejemplo claro de la necesidad de adquirir hábitos para crear: sólo cuando dominamos un idioma, cuando manejamos con fluidez sus mecanismos, podemos pensar en escribir creativamente. Hasta ese momento, estamos demasiado ocupados en recordar cómo se construye una frase, o cómo se conjuga un verbo.
Desde su nacimiento, el niño debe adquirir hábitos que le van a facilitar la vida. Introducen orden en un mundo que desconoce. En la primera infancia, los principales son los hábitos de sueño, los hábitos de comida, el aprendizaje de los ritmos, la habilidad para regular sus emociones, para saber tranquilizarse. Con la repetición va organizando la realidad, soportando mejor la inquietud. Según crece, tiene que ir aprendiendo los hábitos higiénicos, y más tarde debe aprender a obedecer, a respetar a otros niños, etc. Hay ciertamente hábitos de los que tendrá después que “deshabituarse”, como el chupete, o chuparse el pulgar, pero que en un momento de su desarrollo le resultarán muy útiles. Y hay otros que no deben adquirir. Por ejemplo, el hábito de depender demasiado de los demás, el de recibir todo lo que piden, el de esperar que alguien les resuelva los problemas.
El aprendizaje de los hábitos exige constancia y coherencia. Pero los padres deben tener presente que una vez consolidado son una gran ayuda. Por ejemplo, cuando entren en la escuela es muy conveniente organizarles la vuelta a casa, el orden en que van a distribuir la tarde: hablar, merendar, hacer los deberes, jugar. Debe habituarse a que no se desayuna con la tele puesta, que hay una hora de irse a dormir. El niño acaba aprendiéndolo con la misma naturalidad con que aprende que para ir al piso de arriba hay que subir las escaleras. No le gusta, pero sabe que así son las cosas.
Hay varios tipos de hábitos:
Intelectuales: aprender a hablar, a pensar, a ordenar los pensamientos, más tarde a razonar, a hacer planes, a anticipar, etc.
Afectivos: son los estilos emocionales básicos, la seguridad, la autoconfianza, el optimismo, la actitud activa.
Conductuales: los hábitos de comer, dormir, atender, obedecer, respetar el orden en los juegos, aprender a tranquilizarse, a distraerse sólo, a compartir los juguetes, etc.
Éticos: los hábitos morales se llamaban tradicionalmente “virtudes”, la sensatez, la justicia, la valentía, la generosidad, la bondad.
Todos estos hábitos van configurando el carácter del niño, su personalidad aprendida. Son rasgos psicológicos muy estables, que conviene cuidar, porque si son los adecuados van a constituir los recursos fundamentales con los que va a contar el niño a lo largo de toda su vida. No estamos adoctrinándole, ni limitando su autonomía, ni convirtiéndole en una copia nuestra. Estamos proporcionándole un “capital educativo”. Todo el método de la UP se basa en la “psicología de los recursos”: su objetivo es proporcionar al niño los hábitos intelectuales, afectivos, conductuales y éticos necesarios para que tenga más probabilidades de conseguir sus dos metas fundamentales, ser feliz y ser buena persona.
Referencia: Universidad de padres